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EL MANIQUÍ


Por Urbana
Esteban camino a paso lento hacia aquel banco de plaza, se sentó, encendió su cigarrillo y espero, todos los días hacia lo mismo, solamente que hoy su corazón latía con más fuerzas que otros días, estaba nervioso, era el día que se atrevería a pedirle que saliera con el, pensaba que ya era tiempo de confesarle su amor y su deseo de consolidar ese amor para toda la vida, ya habían transcurrido varios meses de verse y siempre era él quien hablaba, ella sólo escuchaba con una sonrisa que parecía dibujada en su hermoso rostro.


Sus pensamientos iban lejos, al pasado, recordaba muchos rostros de mujeres que había conocido, pero eran sólo eso, rostros pintados y perfume barato, risas fingidas tratando de agradarlo para sacar provecho de él, momentos fugaces que al otro día no significaban nada, buscaba el amor y no lo encontraba.

Ahora había terminado la búsqueda, había alguien que siempre lo esperaba, nada le pedía, y siempre lo escuchaba.


Cuando él llegaba, ella ya estaba allí, lucía impecable, se esmeraba para él, su cabello, sus vestidos todo en ella indicaba una preparación para la cita, siempre sonriente, sus ojos brillantes como perlas, bien maquillada, siempre dispuesta a escuchar sus quejas del trabajo, del transporte, de su vida anterior, esto la hacia diferente a las otras mujeres que él había conocido. Hoy sí le hablaré, se decía a si mismo y con esa convicción se levantó, lanzó lejos la colilla del cigarro aún encendido y humeante y comenzó a atravesar la calle con pasos seguros y marcados, los autos lo encandilaban con sus luces, le impedían el cruce, pasaban muy cerca retardando aún más la cita con su amada.


Cruzando a través de bocinas y un largo e interminable fluir de vehículos se acercó al lugar de la cita, su corazón quedó paralizado, no estaba, ella no estaba en el lugar acostumbrado, miró en todas direcciones buscándola, desesperado corrió a la esquina con la esperanza de encontrarla, sólo había un camión de mudanza, preguntó a un hombre que cargaba enormes cajas, qué había pasado, las vitrinas estaban vacías y su amada no estaba esperándole, malhumorado por la pregunta sin sentido y por el peso de la carga, le contestó que la tienda se trasladaba a Santiago, a un conocido y gran Mall donde va mucha gente.

Cabizbajo y pensativo Esteban comenzó a caminar sin rumbo, su corazón estaba destrozado, la había perdido para siempre, quizás allá en esa gran ciudad conocería alguien mejor que un simple empleado de ferretería de un pueblo olvidado y sin futuro.


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